365-6: Los ángeles visten de domingo
Fragilidad, 2011 |
Se dibuja un indicio de
terquedad en la curvatura de los labios de la niña con el largo cabello rubio
de icónico angelito. El vestido de algodón se ciñe falsamente con un elástico
por debajo de la línea de la cintura. Se supone que es lo que está de moda aún
para las niñas, pero no le sienta bien a esta pequeña con rostro infantil y
cuerpo regordete. La edad no se evidencia en su porte. Podría tener ocho años o
doce y sabe jugar con los varones. No teme medirse con ellos detrás de una pelota,
o competir a quién dice el insulto más hiriente de forma menos evidente.
Sólo los que la conocen muy
bien saben cuándo miente. Siempre se le escapa una sonrisa pícara disfrazada de
vergüenza cuando cuenta su versión de la historia.
Es uno de esos domingos donde
la familia se reúne a festejar un cumpleaños obligado y se finge que se olvidan
las rencillas del año. El abuelo volvió a casarse tres meses después de la
muerte de la abuela y ha traído a su nueva esposa. Hoy es la primera vez que se
sienta con todos y todos fingen que siempre ha estado ahí.
En ese juego de yo-no-veo-y-me-niego-a-ver por el día de
hoy, están los niños. Son los peones que reflejan la conducta de los adultos
resentidos. Se llevan bien hasta el mediodía. Se están conociendo o
reconociendo si no se habían reunido hace poco y les gusta la montonera. La
mesita aparte está destinada a los niños aunque alguno que otro tiene ya que
arrollar las piernas por debajo del mantel para que quepan todos. Los más
pequeñitos se sientan en una mesa ratonera y comparten, generosos, el vaso de
bebida o el vaso con sorbito. Son hermanos, primos, tíos y sobrinos. Las edades
confunden los parentescos.
Luego del almuerzo familiar
comienzan los disturbios. La panza llena implica confianza, satisfacción y
revuelta. No hay torta de cumpleaños a la vista y, por lo tanto, razón de
chantaje paterno para portarse bien. Está guardada en la heladera para que no se
estrague por el calor. Ya cada uno ha decidido cuál es su juguete preferido, su
compañero de armas y busca ejercer su voluntad sobre los demás. Quiere jugar
con esto y con éste. ¿Quién se le suma? Ya se oye uno que otro grito.
Los papás abandonan el plato de
comida para socorrer a un hijo bajo acusación injusta, cachetazo mal dado o
comida usada como proyectil.
Por la hora del postre, el
patio de juego ha ampliado sus límites. Los adultos sonríen, se vuelven más
flexibles con la panza llena y los niños se escapan al frente de la casa a
jugar a la pelota. Anita se incluye entre los varones como una igual. La única
compañera de sexo femenino se ha retirado a otro compromiso, le toca a ella
defender el coto. Distribuye patadas como un jugador más y se hace respetar a
insultos y pellizcos. Uno de los chiquitos no tiene aún la agilidad necesaria
para correr con los demás detrás de la pelota y lanza gritos de furia impotente
una vez cada tanto. Un adulto se asoma a ver qué pasa y ve a los niños
intentando incluir en el juego al más pequeño.
Por la hora de la torta, ya se
están aburriendo de la pelota y el grupo se ha subdividido. Unos están frente a
la computadora, otros dibujan en la mesa. Cada líder se lleva a sus seguidores.
Anita selecciona en You Tube los videos
del dúo de cantores de cumbia que le gusta, algo como Paco & Dino con buen
ritmo y malas voces. El líder rival, su hermano por parte de padre, le gana en
altura y edad pero no en circunferencia y ferocidad. Olvida que ella está
acostumbrada a enfrentarse a todos los mocosos de su cuadra porque su madre
trabaja todo el día y la abuela tiene que ocuparse de cuidar a su hermanito
pequeño.
A él no le gusta la música que
ella ha elegido y se le acerca insolente, ella le lanza un insulto bien
modulado y un pellizco invisible pero efectivo. Los adultos sólo ven el
acercamiento y el grito fino de la víctima indefensa…, o sea, de ella.
–Me dijo una mala palabra y me
pellizcóooo…
La madre interviene y castiga
violentamente al niño.
- ¿Por qué le pegas a tu
hermana?
- Porque es una asquerosa y
nadie la quiere… -amenaza de llanto herido por la injusticia.
Los dos grupos se separan. El
niño ha sido exiliado definitivamente a la mesa con los útiles de dibujo. Al
angelito rubio se le dibuja una sonrisa traviesa de victoria no evidente.
En este pequeño mundo, la
diplomacia y el tacto se la dejan a los adultos. Los niños pueden ejercer
impunes e imperturbables la malicia y la sagacidad de la vida que apenas
inician. En esas pequeñas batallas sólo importa la satisfacción del que logra
salir victorioso. Ya tendrán tiempo de ponerse diplomáticos cuando crezcan.
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