viernes, 6 de abril de 2012

365-4: Nataniel viste sus alas

      Uno de los textos de redacción más difícil de los que he escrito en los últimos meses. Me causó dificultad ajustar los tiempos verbales que insistían en presentarse como si de una visión se tratara y no de un relato. A veces sucede, ya lo había olvidado... Lo di por terminado pero seguro que cuando lo relea mañana, le seguiré encontrando errores.
     La historia de un ángel que debe perder lo que le resta de humanidad para poder ser aceptado entre los suyos remite a algunos de mis temas preferidos: la fantasía y lo sobrenatural. Que lo disfruten.


365-4: Nataniel viste sus alas

      Nataniel ganó el derecho a vestir sus alas a los dieciséis años terrestres. A partir de ese momento, su existencia pasaría a medirse en eones de tiempo y la forma humana con la que podía mostrarse en la Tierra permanecería inalterada.

      Los Pactos se han vuelto, en los últimos tiempos, muy comunes, y Nataniel es uno de los más recientes guardianes. Como no podía ser de otra manera, le asignaron un mentor con experiencia, un ser con alas iridiscentes y cuerpo central de un basquetbolista humano aunque mucho más delgado. Nataniel debe acompañarle, obedecerle y jamás mirarle directamente a los ojos.

La primera asignación llegó un 1° de enero, un día que es, así como el 25 de diciembre, de los preferidos por los suicidas. La joven a la que acompañarían sufría de depresión crónica y visitaba aquel barranco siempre en la misma fecha desde la edad de nueve años. En esta oportunidad, la acompañarían dos guardianes más de los que le correspondían por nacimiento terrestre: Nataniel y su mentor. Ella había rezado por ayuda especial y “los de arriba” la habían escuchado.

Se aparecieron a poca distancia y la observaron en su ritual de medir paso ante paso la distancia entre la línea segura y la línea mortal del borde del barranco. Llevaba puesto el camisón de su madre muerta, estampado con flores diminutas, infantiles y sin color definido, el cabello suelto y sin peinar. Se acercaron y cada uno se colocó a un lado de la muchacha. Nataniel pudo ver con la visión semihumana de su parcial materialidad que el cuello del camisón era de un encaje deshilachado por los muchos lavados. La piel lechosa y la media luna color chocolate bajo los párpados, el cabello rojizo, demasiado oscuro para ser natural, aumentaba su palidez.

“No duermo por las noches”, escuchó que respondía a la interrogación no formulada.
Pero la joven no habló con sus cuerdas vocales. Algo en su interior impulsó su mente a que respondiera la pregunta no verbalizada. Nataniel se sorprendió y se volvió hacia su mentor en busca de orientación.
“¿Ella puede escucharme?”
“Debemos esperar su decisión, si decide saltar, debemos ofrecerle el Pacto”.

El barranco no era muy profundo. Algo así como 50 y 50 por ciento de probabilidad de matarse o quedar inválida. Sólo por mucha mala suerte, podría morir en un lugar así. O destino. O dictamen divino.
“Sin embargo, escucha a su mentor, su madre lo logró”.
A Nataniel la pérdida de esa hermosa muchacha le parece una tremenda injusticia divina. Puede ser modelo, cantante, viajera, deportista, cajera de supermercado, lo que quiera… pero ha pedido el Pacto, el único destino inhumano reservado a los suicidas.

Pasan los segundos, el viento comienza a circular en ráfagas más suaves que luego van aumentando su intensidad. Nataniel no le ve alas, le ve luz, le vislumbra formas femeninas que hasta pueden ensancharse con un embarazo y permitirle parir un ser tan grácil como ella.
“Y, probablemente, tan infeliz como la madre”, intervino su maestro.

Al fin la joven acercó los pies al barranco y pisó el vacío. No hubo gritos. Nataniel la recibió allá abajo y sostuvo su cuerpo quebrado. Sus alas le fueron dadas muy recientemente y conserva aún frescos los sentimientos y requerimientos humanos. No puede evitar enamorarse platónica e irremediablemente de la muchacha. Su mentor lo observa y esconde la satisfacción interior.

“Pregúntale”, le dice.

Nataniel susurra las palabras correspondientes al oído moribundo de la joven. Ella le responde con una mueca de dolor que quiere ser una sonrisa y asiente.

En segundos, la muchacha ya no ocupa ese cuerpo.

Su mentor permanece de pie a su lado. Nataniel deja el cuerpo de la joven en el suelo y se yergue. Todo en él se ve diferente y en sus ojos se puede ver un brillo espejado. Todo rasgo restante de humanidad desaparece de la mirada y del cuerpo inmaterial que ahora lo constituye definitivamente. Nataniel ya no es un guardián en práctica: ha cumplido con su primera asignación.

Ahora, ya se pueden ver sus alas.

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