La historia de un ángel que debe perder lo que le resta de humanidad para poder ser aceptado entre los suyos remite a algunos de mis temas preferidos: la fantasía y lo sobrenatural. Que lo disfruten.
365-4: Nataniel viste sus alas
Nataniel ganó el derecho a
vestir sus alas a los dieciséis años terrestres. A partir de ese momento, su
existencia pasaría a medirse en eones de tiempo y la forma humana con la que
podía mostrarse en la Tierra permanecería inalterada.
Los
Pactos se han vuelto, en los últimos tiempos, muy comunes, y Nataniel es uno de
los más recientes guardianes. Como no podía ser de otra manera, le asignaron un
mentor con experiencia, un ser con alas iridiscentes y cuerpo central de un
basquetbolista humano aunque mucho más delgado. Nataniel debe acompañarle,
obedecerle y jamás mirarle directamente a los ojos.
La primera asignación llegó un
1° de enero, un día que es, así como el 25 de diciembre, de los preferidos por
los suicidas. La joven a la que acompañarían sufría de depresión crónica y
visitaba aquel barranco siempre en la misma fecha desde la edad de nueve años.
En esta oportunidad, la acompañarían dos guardianes más de los que le
correspondían por nacimiento terrestre: Nataniel y su mentor. Ella había rezado
por ayuda especial y “los de arriba” la habían escuchado.
Se aparecieron a poca distancia
y la observaron en su ritual de medir paso ante paso la distancia entre la
línea segura y la línea mortal del borde del barranco. Llevaba puesto el
camisón de su madre muerta, estampado con flores diminutas, infantiles y sin
color definido, el cabello suelto y sin peinar. Se acercaron y cada uno se
colocó a un lado de la muchacha. Nataniel pudo ver con la visión semihumana de
su parcial materialidad que el cuello del camisón era de un encaje deshilachado
por los muchos lavados. La piel lechosa y la media luna color chocolate bajo
los párpados, el cabello rojizo, demasiado oscuro para ser natural, aumentaba
su palidez.
“No duermo por las noches”, escuchó
que respondía a la interrogación no formulada.
Pero la joven no habló con sus
cuerdas vocales. Algo en su interior impulsó su mente a que respondiera la
pregunta no verbalizada. Nataniel se sorprendió y se volvió hacia su mentor en
busca de orientación.
“¿Ella puede escucharme?”
“Debemos esperar su decisión,
si decide saltar, debemos ofrecerle el Pacto”.
El barranco no era muy
profundo. Algo así como 50 y 50 por ciento de probabilidad de matarse o quedar
inválida. Sólo por mucha mala suerte, podría morir en un lugar así. O destino.
O dictamen divino.
“Sin embargo, escucha a su mentor, su madre lo logró”.
A
Nataniel la pérdida de esa hermosa muchacha le parece una tremenda injusticia
divina. Puede ser modelo, cantante, viajera, deportista, cajera de
supermercado, lo que quiera… pero ha pedido el Pacto, el único destino inhumano
reservado a los suicidas.
Pasan los segundos, el viento
comienza a circular en ráfagas más suaves que luego van aumentando su
intensidad. Nataniel no le ve alas, le ve luz, le vislumbra formas femeninas
que hasta pueden ensancharse con un embarazo y permitirle parir un ser tan
grácil como ella.
“Y, probablemente, tan infeliz como la madre”, intervino su
maestro.
Al fin la joven acercó los pies
al barranco y pisó el vacío. No hubo gritos. Nataniel la recibió allá abajo y
sostuvo su cuerpo quebrado. Sus alas le fueron dadas muy recientemente y
conserva aún frescos los sentimientos y requerimientos humanos. No puede evitar
enamorarse platónica e irremediablemente de la muchacha. Su mentor lo observa y
esconde la satisfacción interior.
“Pregúntale”, le dice.
Nataniel susurra las palabras
correspondientes al oído moribundo de la joven. Ella le responde con una mueca
de dolor que quiere ser una sonrisa y asiente.
En segundos, la muchacha ya no
ocupa ese cuerpo.
Su mentor permanece de pie a su
lado. Nataniel deja el cuerpo de la joven en el suelo y se yergue. Todo en él
se ve diferente y en sus ojos se puede ver un brillo espejado. Todo rasgo restante
de humanidad desaparece de la mirada y del cuerpo inmaterial que ahora lo
constituye definitivamente. Nataniel ya no es un guardián en práctica: ha
cumplido con su primera asignación.
Ahora, ya se pueden ver sus
alas.
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