Entre
los proyectos que se me ocurren en las noches en que me desvelo, están las
historias de amor en tiempos de internet, de redes sociales y de conversaciones
en línea. Nada muy profundo, no, ni muy elaborado ni muy extenso, sino más bien
una visión irónica pero con buen humor de las relaciones de pareja en estos
tiempos de amor virtual. Y mantengo la creencia en que, aunque los medios de
comunicación cambian, las relaciones humanas no. En que hay poca diferencia
entre las ilusiones que nos hacemos en persona del objeto de nuestro amor, y
las ilusiones que cultivamos vía correo electrónico, o más recientemente, vía Facebook.
Hace
un tiempo decidí integrar los cuentos que ya comencé a escribir sobre este tema,
más los que vayan surgiendo, a la serie 365.
Inicié
unos cuantos pero este es el primero que termino.
365-3: Caminaré
sobre tus huesos
Al
novio lo había conocido en el viaje que hizo durante su licencia anual. Siguieron
en contacto por correo electrónico y luego pasaron a Facebook. Todo me lo fue
contando en las ruedas de mate de los fines de semana donde nos poníamos en día
con la vida de la otra.
Por
los comentarios que le hacían las amigas en Facebook notó que el hombre era de
temperamento apasionado y enamoradizo. Pero no hizo ninguna pregunta directa
que implicara que él buscara investigarla también a ella. Hasta que una de sus
amigas virtuales resultó una ex novia real que quiso darle consejos vía correo
electrónico y la desconfianza se hizo definitiva e inamovible.
-Si
no te defiendes, caminaré sobre tus huesos como una diosa primordial –le dijo.
El pobre no entendió nada pero creyó que sonaba bonito. O peor, debe haber
creído que era una prueba de amor de su parte.
Pero
él insistió en dar prueba de su amor y sugirió viajar a visitarla. Ella se
resistió pero, luego de mucha charla, acordaron la fecha. A todo lo
condimentaba con piscas de racionalismo: soy una mujer soltera y sin
compromisos, nada tengo que perder. ¿Qué puede ser lo peor que suceda? Que el
novio llegue un día en un ómnibus y deba irse al otro día en otro ómnibus…
Resultó
buen compañero, atento, buen cocinero y buena ama de casa. La esperaba regresar
de su trabajo con la mesa servida, la cama tendida y los pisos oliendo a
Fabuloso. Pero luego de dos días su servilismo comenzó a molestarle. Y al
tercero no podía soportar su perfume.
El
novio, en cambio, estaba enamorado. Cuando ella quería enojarse por algo, él le
respondía con más y más comprensión: que el estrés laboral, que los días de
calor, que la tpm femenina… Todo era una buena disculpa para pasar por alto sus
arranques de mal temperamento.
Se quedó
una semana. El tiempo que le llevó a mi amiga buscar una forma diplomática de
hacer con que se marchara sin sacarlo de la casa a escobazos.
Durante ese tiempo el novio planeó el
casamiento, los hijos que tendrían y la casa en que vivirían. Dos días más y la
habría esperado con las alianzas además del almuerzo en la mesa, le confesó con
tristeza cuando ella insistió en que debía irse.
Nunca
supo el hombre cuán cerca estuvo de despertarse una mañana con una hoja de
acero afilado rozándole el cuello. Ella guardaba en la cartera una hermosa
navaja con una hoja que se retraía para esconderse en la empuñadura. La había
comprado en su último viaje a Montevideo para defenderse de algún piche que
quisiera asediarla al salir de su trabajo en las frías y largas noches de
invierno.
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