Trajo el suerito con el nombre de la
medicación anotada en el envase, lo colgó en el soporte y buscó en el brazo del
paciente.
-
¿Dónde tiene el circuito? –me preguntó.
-
Se lo arrancó esta mañana.
-
¡Ah! –tomó las demás cosas que traía en la
mano y entonces lo vio sobre el sillón del acompañante, inmenso como un
indigesto diccionario.
-
¿Qué es? –se interesó.
-
Fantasía medieval –le dije. –Una guerra entre
reinos.
Dos días dentro de un hospital y se te van
las ganas de ser elocuente.
-
¿Te gusta leer?
Le hablé algo sobre mi trabajo. El uniforme
de cuidadora no implica ausencia de otros intereses en la vida.
-
A mí me gusta Ray Bradbury –me dijo.
-
Están surgiendo nuevos escritores de fantasía
y ciencia ficción que vale la pena leer –sugerí sin mucho ingenio, por ser
amable, nada más. Podía sugerirle Orson Scott Card, o comentarle que prefiero a
Asimov, pero lo dejé morir ahí.
-
¿De verdad? Tendré que averiguar –y supe que
no averiguaría nada-. A mí me gusta Ray Bradbury –repitió.
Dio
media vuelta, recogió las cosas que había traído y se fue. No la vi hasta
terminar su turno cuando fui a pedirle la medicación que tenía indicada mi
paciente para aliviarle el dolor y le recordé que continuaba sin el circuito.
Una mirada y comprendí que no iría ella, le pasaría “el clavo” a la que
ingresara en el turno de la tarde.
La
siguiente repitió un ritual semejante, sólo que ésta no tenía intereses
literarios. La nurse fue la que zanjó
el asunto, una hora después y en su segunda venida.
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