En fin… mis libros
contienen el mapa de mi mente, de mis estados de ánimo, del momento que estoy
viviendo, de las razones que me llevaron a comprar ese libro, hasta de las
diferentes reacciones que me provocó el texto en los diferentes momentos en que
lo releí. Contienen el mapa de mi mente pero también de mi vida. Un libro
aséptico, sin ningún trazo de tinta, es como un libro sin alma: nadie se sintió
tentado a leerlo, no provocó nada, ni placer, ni molestia, ni enojo, ni
siquiera aburrimiento. Ni siquiera huelen como los de las librerías, que huelen
a nuevo o a ese perfume adulcicado de libro viejo que me infunde ganas de
llevármelos a casa. Es un mapa sin carreteras ni nombres de localidades. A
nadie le interesó lo suficiente como para dialogar con él. Es el testimonio de
la indiferencia, de la pulcritud, del lomo decorativo e intocado en un estante.
He visto libros así en algunas bibliotecas. He tenido algunos así, raros tomos
de los que no he podido superar la primera página. Pero en mi biblioteca el
libro intocado al lado de los otros, rayados y manoseados, tiene un
significado, tiene su historia.
Estamos en la época
de las bibliotecas virtuales, de los libros electrónicos, donde, para suerte de
los lectores que yacen, como yo, en ciudades donde las ofertas de títulos en
las librerías son escasas, donde sólo se puede comprar libros variados y a buen
precio en la capital, hay que recurrir a la web para mantenerse actualizado.
Qué bueno que existe otra opción de lectura, pero qué dolor trae la pérdida… Y
cuando hablo de pérdida me refiero a la imposibilidad dejar el testimonio
escrito a colores en el papel de mi estado de ánimo en ese momento y en ese
lugar, a no poder disfrutar el placer de dormirme con el libro en la mano y
resolver la trama en sueños incorporando alguno de los personajes, o de poder
cargar con la netbook en la cartera para seguir entusiasmada mi lectura en el
consultorio del dentista o en el puente que tengo entre clase y clase. No es el
mismo peso en la cartera, no es la misma comodidad, no puedo dejarlo olvidado y
esperar encontrarlo cuando vuelva, y lo peor, se le termina la batería. De la
netbook, del Smartphone, o de la tablet, si quieres sentirte más actual.
No es mi intención
convertir este texto en una diatriba sobre la preponderancia del libro
electrónico sobre el libro de texto o volvería a La galaxia Gutenberg de Marshall McLuhan que ya rindió ríos de
tinta. Apenas hago mías las palabras de Umberto
Eco en una conferencia pronunciada en la Universidad de Columbia: “Leer una pantalla de computadora no es lo
mismo que leer un libro.” Y en eso me uno a la corriente invisible de
nostalgia que me hace pensar en la importancia de poder leer un libro que pueda
rayar. Las bibliotecas virtuales están ahí, no se irán, hay que aprender a
usarlas y aprovechar lo que tienen de mejor. Sería poco inteligente de nuestra
parte agotarnos en discusiones inútiles y no aprovechar lo que la tecnología
nos brinda de mejor. No dejaremos de comprar libros por ese motivo, no
dejaremos de leer libros sólo porque ahora podemos encontrarlos, además, en otro formato. Es como decir
que dejaremos de beber agua porque ahora existe la Coca Cola.
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