viernes, 24 de febrero de 2012

La importancia de poder leer un libro al que pueda rayar

      En mi biblioteca no vale aquel mandamiento de la época en que mi madre iba a la escuela y me decía los libros no se rayan. Mis libros están rayados, señalados, rotulados, acotados, comentados, corregidos. Los rayo cuando los personajes son muchos y quiero poder volver atrás y confirmar alguna identidad que se me ha perdido en la trama. Los señalo con rotulador cuando me gusta alguna frase, me sonó original o poética alguna metáfora o me sentí identificada con algo que dijo o pensó un personaje o narrador. Les hago acotaciones al pie cuando encuentro referencias erróneas, o cuando algo me causa gracia, espanto o me produce asociaciones con otros textos, hasta les agrego símbolos personales cuando encuentro alguna referencia que me interesa investigar más a fondo. Y, por último, los corrijo cuando tienen errores de ortografía. Ah, sí, algunas ediciones contienen errores que pueden notar hasta los lectores que no son docentes de Idioma Español y puedo dar ejemplos bochornosos.

      En fin… mis libros contienen el mapa de mi mente, de mis estados de ánimo, del momento que estoy viviendo, de las razones que me llevaron a comprar ese libro, hasta de las diferentes reacciones que me provocó el texto en los diferentes momentos en que lo releí. Contienen el mapa de mi mente pero también de mi vida. Un libro aséptico, sin ningún trazo de tinta, es como un libro sin alma: nadie se sintió tentado a leerlo, no provocó nada, ni placer, ni molestia, ni enojo, ni siquiera aburrimiento. Ni siquiera huelen como los de las librerías, que huelen a nuevo o a ese perfume adulcicado de libro viejo que me infunde ganas de llevármelos a casa. Es un mapa sin carreteras ni nombres de localidades. A nadie le interesó lo suficiente como para dialogar con él. Es el testimonio de la indiferencia, de la pulcritud, del lomo decorativo e intocado en un estante. He visto libros así en algunas bibliotecas. He tenido algunos así, raros tomos de los que no he podido superar la primera página. Pero en mi biblioteca el libro intocado al lado de los otros, rayados y manoseados, tiene un significado, tiene su historia.

      Estamos en la época de las bibliotecas virtuales, de los libros electrónicos, donde, para suerte de los lectores que yacen, como yo, en ciudades donde las ofertas de títulos en las librerías son escasas, donde sólo se puede comprar libros variados y a buen precio en la capital, hay que recurrir a la web para mantenerse actualizado. Qué bueno que existe otra opción de lectura, pero qué dolor trae la pérdida… Y cuando hablo de pérdida me refiero a la imposibilidad dejar el testimonio escrito a colores en el papel de mi estado de ánimo en ese momento y en ese lugar, a no poder disfrutar el placer de dormirme con el libro en la mano y resolver la trama en sueños incorporando alguno de los personajes, o de poder cargar con la netbook en la cartera para seguir entusiasmada mi lectura en el consultorio del dentista o en el puente que tengo entre clase y clase. No es el mismo peso en la cartera, no es la misma comodidad, no puedo dejarlo olvidado y esperar encontrarlo cuando vuelva, y lo peor, se le termina la batería. De la netbook, del Smartphone, o de la tablet, si quieres sentirte más actual.

      No es mi intención convertir este texto en una diatriba sobre la preponderancia del libro electrónico sobre el libro de texto o volvería a La galaxia Gutenberg de Marshall McLuhan que ya rindió ríos de tinta. Apenas hago mías las palabras de Umberto Eco en una conferencia pronunciada en la Universidad de Columbia: “Leer una pantalla de computadora no es lo mismo que leer un libro.” Y en eso me uno a la corriente invisible de nostalgia que me hace pensar en la importancia de poder leer un libro que pueda rayar. Las bibliotecas virtuales están ahí, no se irán, hay que aprender a usarlas y aprovechar lo que tienen de mejor. Sería poco inteligente de nuestra parte agotarnos en discusiones inútiles y no aprovechar lo que la tecnología nos brinda de mejor. No dejaremos de comprar libros por ese motivo, no dejaremos de leer libros sólo porque ahora podemos encontrarlos, además, en otro formato. Es como decir que dejaremos de beber agua porque ahora existe la Coca Cola.

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