Rebecca Martinsson vuelve a vivir en la casa de su abuela en
Kiruna mientras se recupera de un trastorno siquiátrico originado por la
pérdida de su amigo asesinado en un episodio que casi le cuesta la vida también.
Acepta un trabajo como fiscal de distrito hasta que Anna-María Mella, la
inspectora jefe, le pide ayuda en una investigación sobre el asesinato de Inna
Wattrang, jefa de información de Mauri Kallis, dueño de una importante compañía
minera, Kallis Mining. Hay continuos saltos en el tiempo: a la infancia de
Rebecca, a la de Mauri Kallis, a la de su hermana Ester… No resultan pesados, cumplen
su función: humanizan y dan vida a los personajes. Me paso toda la novela esperando
a que intenten asesinar de nuevo a Rebecca Martinsson, como en las dos novelas
anteriores. El giro romántico es inesperado pero no impropio. Admiro más a Åsa Larsson por no colocar toda la carga de la acción
sobre su protagonista. Ya tendrá oportunidades: planea escribir tres novelas
más sobre ella. Es que ahora todo tiene que venir en serie, lo sabemos. Igual
me gusta Ana-María Mella, madre de cuatro hijos, tan obstinada, tan humana… y
su compañero, Sven-Eric Stanacke, con su inusual bigote a lo Hercule Poirot, y
su gato muerto… La senda oscura carece del lirismo de Sangre derramada, pero mi
impresión puede deberse a que me enamoré de la primera que compré y me dura el
enamoramiento. También me gusta el paisaje, la nieve que cubre hasta la mitad
del cuerpo, eso tan europeo, tan alejado de nuestra realidad. Es uno de esos
escritores que logra plasmar de forma tan realista la humanidad de sus
personajes que hace que los lectores nos encariñemos con sus particularidades.
Ese es el cimiento de sus novelas. Si quieren conocer cómo construye el resto de
la casa, les recomiendo leerlas.
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