miércoles, 16 de mayo de 2012

365-9: Cuando te encuentre



      No puedo decir que no comprendo a mis alumnos cuando los veo reaccionar en forma violenta y, a veces, exagerada, ante alguna situación de acoso. A veces llego a tiempo de atajar una  respuesta más violenta o de mediar entre las partes para que no se llegue a esa solución. Pero otras veces, llego demasiado tarde. Tomo como parte de mi trabajo enseñarle a mis muchachos formas alternativas de solucionar los conflictos pero no entiendo, ni justifico, la tendencia actual de solucionar TODOS los problemas a través de la violencia.

     A mí sólo  me sucedió una vez. No hay nada como un compañero baboso para sacar el diablillo que llevamos dentro. Recuerdo que el muchacho tenía el cuello alargado y la cabeza pequeña y que asumía un aire lascivo cuando me miraba. En esa época nos sentábamos obligatoriamente por orden de lista y él tenía el mismo apellido que yo, por lo que era imposible cambiarse de lugar. Todos los días me dedicaba piropos melosos y forzaba un acercamiento siempre que podía. Juro que puedo recordar cómo se le caía la baba cada vez que me miraba. Mis respuestas eran repetidamente hirientes y, me supongo, cada vez más groseras.

      Un día perdí la paciencia, me levanté y le pegué repetidas veces con toda mi rabia acumulada durante días y días de acoso. En ese preciso momento, me vio la profesora de francés y pegó un grito, horrorizada:

      -¡Viviaaaanaa! ¡¿Qué estás haciendo?!

      Me detuve en el acto pero debo haber quedado con la mano en el aire porque mi víctima permaneció arrollada como si estuviera esperando el resto de la paliza.

     -¡Pregúnteselo a él, profesora, pregúnteselo a él! –me defendí, acusadora. Era mi profesora más querida, siempre amable, siempre maternal. Me daba vergüenza contarle la verdadera causa de mi reacción. Y, por supuesto, el muchacho jamás lo admitiría.

      Veinte años después encontré a mi compañero convertido en un hombre. Lo observé detenidamente. Aún poseía el cuello largo pero la cabeza había crecido de forma más armoniosa. Ya no me pareció tan feo. Permaneció taciturno en el balcón mientras hacía el trámite. Me supongo que me vio allí pero no hizo gesto alguno que mostrara reconocimiento, por eso no me le acerqué.

     No supe si no me reconoció, o no quiso hacerlo. Me hubiera gustado preguntarle si me recordaba pero creo que no habría podido evitar una sonrisita de suficiencia.

     14 de mayo de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario