Vidrieras 2012, foto de la autora |
Habían salido a recorrer tiendas. La amiga estaba en el probador. Había llevado varias
piezas de diferentes tamaños para no tener que volver a desvestirse si no le
servía alguna. Ella se quedó haciendo tiempo en la fila de perchas de la
tienda. Las dos empleadas conversaban, discretas, detrás del mostrador.
Era una tienda cara pero con ropa de calidad. A ella le
gustaba ir con frecuencia y revisar colecciones, pero solo podía comprar cuando
era temporada de ofertas lo que ocurría una o dos veces al año. Le gustaba ver
la ropa ordenada por talle y por color, tocar la textura suave e imaginarse las
combinaciones que podría hacer si pudiera comprarlas. Una chaqueta estampada
llamó su atención y fue a probársela frente al espejo grande que estaba entre
los probadores. Y cuando fue a devolverla a la pecha la vio: una túnica de
algodón de buena calidad que tenía como único adorno un broche dorado con una
lechuza.
No supo en qué momento tuvo la idea. Miró hacia dónde enfocaba la cámara y dónde se
encontraban ahora las vendedoras que atendían a otra cliente. Pensó que la
pieza se vendería igual sin el broche, con lo que no perjudicaría a nadie y
tomó la decisión. Disimuló fingiendo interés por otras piezas de ropa y
desprendió fácilmente el broche en el momento en que la amiga salía del
probador. Descubrió que cabía en el
espacio exacto de la palma de su mano y que era muy fácil ocultarlo mientras la
otra pagaba la ropa que había elegido llevar.
Se quedó esperando a que la detuvieran en la puerta de
salida sin que se le cayera ni una gota de sudor. Desde entonces, cada vez que entra a una tienda
vuelve a sentir la tentación de llevarse algo sin pagar. No ha vuelto a repetir
la hazaña pero le gusta saber que podría hacerlo si quisiera.
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