martes, 29 de noviembre de 2011

Sobre El Largo Adiós de Raymond Chandler


    Acuso formalmente a Dashiell Hammett de ser el causante de que me enamorara de la novela negra. Y cuando me refiero a la novela negra no estoy hablando de la novela de detectives al estilo Agatha Christie donde se plantea un enigma que debe dilucidarse, ni de las actuales mezclas de ciencia forense y a-quién- mato- de- forma- más-horrible al estilo Patricia Cornwell, sino de la verdadera novela negra que deja de ser lectura fácil de bestseller cuando el autor es alguno de estos dos escritores estadounidenses Hammet  (considerado el padre de la novela negra) y Raymond Chandler. De Hamett sigo enamorada desde que leí Cosecha Roja y El Halcón Maltés en mi adolescencia. Chandler, en cambio es mi pasión de adulta. Creí encontrar un tercero cuando leí de Ciudad de Huesos e Hielo Negro de Michael Connelly  pero no toda su producción tiene la calidad de las dos obras mencionadas.


    El Largo Adiós (1953), obra de madurez de Raymond Chandler (1888-1959), tiene una trama tan compleja que te mantiene en vilo permanentemente. Cuando crees tener la respuesta a algunos de las misteriosas conductas de sus personajes, Marlowe, detective particular y narrador  protagonista se encarga de echártelo abajo con su desconfianza cínica de las clases adineradas entre las que se mueve, sin embargo, hábilmente y una conducta de una rectitud intachable. Ver el mundo como lo ve Marlowe es un placer innegable. Nada tiene que merezca destacarse en la oficina o en la casa, nada teme perder pues vive solo, es un hombre seguro de sí mismo y de que su postura en la vida es la correcta sin necesidad de andarse justificando. Cuando quiere darle una mano a un borracho, Terry Lennox, al que ayuda y con el que simpatiza, aún después de ser acusado de asesinar a su acaudalada mujer, quieres mudarte a su departamento y ver la vida de la forma cínica pero honrada en que la ve él. Y lo haces, a través de la lectura. Es uno de esas novelas narradas de tal modo que entras en la piel, asumes la mirada del protagonista pero no ves dentro de su cerebro, porque las intenciones de Marlowe son sus acciones.   Digno de vivenciar especialmente el enfrentamiento verbal entre el detective y el policía que lo usa para detener a un importante maleante. Todo la dureza y el cinismo que destila cada uno defendiendo su punto de vista lo solucionan al final tomándose una copa juntos.






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